miércoles, 5 de noviembre de 2008

Quiero volver

De cerca, el bosque ya no se asemejaba a aquel halo de verde transparente que tanto había deseado ver. La alegría de la llegada de Juana al exterior fue encubierta por la fría sombra que proyectaban los altos árboles, la cual refrescaba su mente y le hacía pensar en las imágenes que a diario veía en la televisión sobre el mundo exterior. Desde su sillón, se había pasado largas tardes soñando con escuchar algún día aquellos sonidos, con ver aquel derroche de plantas salvajes y agua libre que lo inundaba todo, había anhelado tocar el arco iris…
Pues bien, ahora estaba allí; había conseguido escapar de la ciudad, pero todavía no sentía nada. Mientras se adentraba en el bosque, las ramas de los árboles se estremecían cada vez más por un intenso viento que hacía que el algodón del cielo se tornara paulatinamente de un gris sucio. Comenzó a llover. Presta, Juana corrió a refugiarse en un amplio y viejo tronco de castaño herido por algún rayo, y sintió frío. No recordaba cuándo había sido la última vez que había sentido esa gélida sensación, pues desde niña había conocido la gran cúpula opaca acristalada que rodeaba a la ciudad y la aislaba de lo que ocurría en el exterior. De pronto, un cosquilleo en su brazo: una araña. Salió del viejo tronco sacudiéndose frenética todo el cuerpo, y se adentró en el corazón del bosque, todavía más asustada de aquel mundo. Sentía dolor, pues aquel rudo terreno dañaba sus blancos y poco expertos pies, mientras que el exceso de aire puro parecía narcotizar sus sentidos. Cuando estuvo demasiado cansada, Juana se paró, y el intenso brillo de un campo de plantas le llevó su tacto hasta ellas, mas apenas las hubo tocado, un incipiente sarpullido invadió sus manos.
El picor era insoportable, y mientras alzaba sus manos a la lluvia para aliviarse, algo resbaladizo reptaba entre sus piernas, era una enorme serpiente que Juana apartó pataleando y gritando; corría, saltaba, maldecía al bosque, maldecía al mundo exterior, a aquel arco iris con el que tanto había soñado. Agotada, reposó en una roca y lloró, bañando sus lágrimas el suelo al mismo ritmo que dejaba de llover. Cuando alzó la vista, el cielo parecía desprenderse del algodón, para dejar paso a un intenso azul. En lo alto de una colina, se alzaba al fin la banda multicolor, lejana, intocable, pero un sol cada vez más hiriente quemaba la piel de Juana. Decidió volver a la ciudad.

Cuando al día siguiente su mejor amiga le preguntó por su arriesgada escapada al exterior, Juana no pudo sino pensar en la lluvia, en el frío, en los insectos, observó el todavía persistente sarpullido en su piel, y pensó en su ciudad, miró hacia arriba, contempló la gran cúpula, sus filtros purificadores, las pantallas que decoraban todos los muros y proyectaban continuos espectáculos televisivos, y contestó:

-El exterior es inhóspito, salvaje, atroz… es libertad. Quiero volver.