viernes, 27 de mayo de 2011

Casi un siglo de mujer

Poco faltó para que esta abuela, de nombre de coche viejo y desvencijado, como ella misma en sus últimos años, llegara al siglo de edad.

No fueron cien años justos los que cumplió en este mundo, mas valieron por quinientos los que vivió e hizo vivir, alumbrando a muchos hijos, criándolos y abriéndoles su casa ya después, cuando estos habían tenido sus propios descendientes.

Yo la conocí ya tarde, cuando entraba en la recta final de su galopada por la vida, pero cuando todavía se defendía por sí misma y no quería que nadie hiciese las cosas por ella, dando asombrosas muestras de fortaleza para su edad. Cuando iba a buscar a su casa al nieto que con ella vivía –mi amigo-, me gustaba verla, tan sencilla, salpicada de arrugas, tan delgadita, con su inseparable gorro y sus guantes (aún cuando el calor empezaba a apretar), y me gustaba escuchar con respeto y admiración su débil voz de pajarito.

Era agradable compartir unas palabras con ella, saber de su propia boca dónde había trabajado, en qué lugares tan diversos había estado, conocer de primera mano episodios trágicos de nuestra propia historia ¿Acaso es tan difícil ser amable, y escuchar y admirar a una anciana que nos puede enseñar cosas? Lamentablemente, se que para alguna gente sí lo es, y ella valoraba esa faceta mía, profesándome cariño por ello.

Que me perdone su familia si la llamo abuela. Nunca me atreví a llamarla así, sino por su nombre de pila, mas siempre la consideré una abuela. No conocí a su marido, con fama de honorable y serio (y además compañero de profesión), pero conocí a sus hijos y a sus nietos, y estoy seguro de que nunca conoceré a una familia más unida y buena. Ella, sin duda, ha tenido mucho que ver en el altruismo y nobleza de sus descendientes, y yo estoy orgulloso de haberlos conocido y llevarlos en el corazón, aun cuando estén en otros continentes.

No le reprochéis sus achaques, sus regañinas, su falta de memoria de los últimos tiempos, y pensad que cuando vosotros estéis a punto de cumplir un siglo, puede que vuestros huesos ya lleven años pudriéndose bajo la tierra, en vez de hacernos reír con cosas tan simples y cotidianas como confundir un envoltorio de pizza con el queso o contándonos de primera mano cómo era la vida de principios del XX, como fue la Guerra Civil, cómo fue su propia vida…

Ahora, doña Cirila, que ya descansa en el cielo, sólo le pido una cosa: cuando alguien de allí arriba le pregunte cuantos nietos tiene, siempre cuente uno más.