viernes, 24 de agosto de 2012

Dos guitarras, un ampli

Existió una vez, en un desván, una guitarra olvidada. Polvorienta, otrora de tonos rojizo y negro, permanecía a su suerte un rincón y conectada a un amplificador. Aunque los ratones habían roído los cables eléctricos, la guitarra todavía emitía de vez en cuando algún sonido, ronquido estertóreo que pretendía ser acorde. Tristes vibraciones en voz baja que jamás traspasaban las paredes de la vieja habitación.
Un día, alguien abrió la puerta y dejó allí otra guitarra. Esta era blanca, inmaculada, y aunque algo gastada, no tenía polvo como la otra. Los dos instrumentos pasaron muchos días en silencio, mirándose, sin más canción que el tic tac del paso del tiempo. Hasta que un día, sin aparente explicación, los cables de las guitarras se tocaron. Al principio temblaron, se asustaron por la tenue frialdad del metal. Pero pronto se enroscaron, buscando calor. Formaron una espiral.
No sabían qué chispas las movían. Tal vez la defectuosa instalación eléctrica de la buhardilla o las dentelladas de los ratones que roían sus cables, pero lo cierto es que la guitarra blanca se conectó también al amplificador. Las dos emitían trémulos acordes, vibraciones eléctricas que iban de un instrumento a otro recorriendo la longitud de sus mástiles, que volvían a salir por sus cables y finalmente se fundían en una melodía común, que salía en forma de pasional estridencia, de grito de amor desesperado por la boca del amplificador.
Poco tiempo después, a alguien le pareció que aquel desván debía de estar embrujado debido a los extraños sonidos que salían de él. No tardaron en vaciarlo y llevar todas las cosas que contenía, incluidos los instrumentos.

No sé que destino llevaron aquellas guitarras encerradas en los camiones de mudanza. Han pasado varios años, pero cuando paso por allí en los días calurosos, desde la calle me parece oír que desde aquella alta habitación salen todavía bonitos acordes.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Cosas que te encuentras montando en bici

No hace mucho, mientras montaba en bicicleta por un camino no muy alejado del pueblo, asomé la cabeza por una arqueta de aguas descubierta. Allí estaba el zorro, durmiendo. Mientras observaba su acompasado respirar, pensaba en qué suerte poder admirar tan de cerca un animal tan esquivo. Es lo que tiene la bici y las actividades al aire libre. No todo son oficinas, trabajos, libros, centros comerciales ni parques de atracciones; si queréis ver cosas de estas, ¡salid al campo!