¡Ay que breves y deliciosos tiempos aquellos! Que noche, señoras
de raso y señoras de guatiné; que algarabía, señoras de gargantilla y señoras
de guantes y mascarilla. ¡Yo un memo bisoño de quince años y con mi novia negrita
de diecinueve! Hoy la he visto después de tanto tiempo en mi tierra natal y ¡por todos
los dioses! conserva el mismo tipazo, la misma cara risueña y el mismo pelo
largo de occidentalizadas rastas brillantes. Que los estirados que miran con recelo
al tostado que vende bolsos en el mercado me dispensen, que los hijos de la
protervia que creen que en estos ebolientos momentos la gasolina con cerillas
es la mejor lluvia que podría caer sobre África me perdonen, pero al reparar
con sorpresa en ella yo no pude sino recordar el dulce pasado y embobarme cuando
ella me mostró su retahíla de soldados de infantería perfectamente alineados,
labrados en marfil pulido, cuan espejos detrás de carnosos labios de ébano en
aquella cueva del deseo que llamáis boca.
Joderos malditos, pero mis ojos desobedecieron a mi razón y disfrutaron
una vez más del
culazo de aquella diosa, mi novia negrita.