Apenas he tomado dos tercios y ya estoy rogando por una ley
que nos detenga. Creo que la hora de la trasformación está llegando, una vez más.
No se qué nos pasa. No es el alcohol ni las drogas, es un
impulso colectivo que saca nuestro lado salvaje y nos hace caminar como
caballos sin riendas entre los pocos granollerenses espantados que quedan a
esas horas de la noche.
Se esconden en los oscuros callejones de la ciudad, y sólo cierta
prostituta se atreve a quedarse, clavando su tembloroso tacón en el húmedo y
brillante asfalto.
Alguna que se atrevió a tocar a uno de mis amigos no vivió
para contarlo, pues se llevó una certera puñalada en el cuello que salpicó de
rojo los cristales opacos de alguna vieja tienda.
No tengo remordimientos cuando el cuerpo de la meretriz cae
sonoramente, sino que río placenteramente, dejo brillar salvajemente los
dientes a la luz de la luna para que mis amigos los vean, para que sepan que éste
solo es el comienzo, que la noche promete.
Ya nos han echado de todos los tugurios. Además, no nos
quedan ganas de pedir más cervesa, nos suena mal la ese final.
Debo de tener alguna parte de mi cerebro muy excitada por
las malditas farolas de leds, y emano explosiones de endorfinas que me piden
diversión. Seguimos avanzando, aún queda mucha noche, muchas puñaladas que
asestar a indefensos cuerpos en venta, mucho mal que ejecutar.
Cuando buscamos acción generalmente sólo la tomamos con las
prostitutas. Creo que no es por nada especial. Cuando he meditado al día
siguiente en la calma de mi despacho del Museu de Granollers, he llegado a la
conclusión de que es esa maldita manía suya de tocarnos. A quién se le ocurre
tocar a un hombre de forma zalamera en estado de instinto animal desbocado.
Empiezo a oír sirenas a lo lejos. Si nos cogen los Mossos
tendremos lío y nos tocará pasar unas horas en un apestoso calabozo, hasta que
nos fuguemos de nuevo.
Más vale que lo dejemos por hoy y nos vayamos a dormir un
poco. Mañana me espera un tedioso día de trabajo catalogando piezas.
Me preparo dos zolpidem y una eszopiclona bien agitados en
un abundante vaso de agua: ése cóctel siempre me ha ido bien para dormir. Enseguida
me entrego a Morfeo, y sueño que soy una persona normal, que salgo de tomar
unas copas de un bar musical, río con mis amigos, coloco una papelera volcada
en la calle, recojo el coche del parking, dejo en su casa a un par de amigos y
vuelvo a la mía, donde estoy a punto de tomar un vaso de leche caliente.
El maldito despertador suena y me deja con el vaso en los
labios. Desperezándome en la cama, pienso malhumorado que me pasaré el maldito
día anotando piezas e introduciendo datos en el ordenador. Ojala llegue pronto
la noche. Hoy también me he levantado con ganas de acción.