Existió
una vez, en un desván, una guitarra olvidada. Polvorienta, otrora de tonos
rojizo y negro, permanecía a su suerte un rincón y conectada a un amplificador.
Aunque los ratones habían roído los cables eléctricos, la guitarra todavía
emitía de vez en cuando algún sonido, ronquido estertóreo que pretendía ser
acorde. Tristes vibraciones en voz baja que jamás traspasaban las paredes de la
vieja habitación.
Un día, alguien abrió la puerta y dejó allí otra guitarra. Esta era blanca, inmaculada, y aunque algo gastada, no tenía polvo como la otra. Los dos instrumentos pasaron muchos días en silencio, mirándose, sin más canción que el tic tac del paso del tiempo. Hasta que un día, sin aparente explicación, los cables de las guitarras se tocaron. Al principio temblaron, se asustaron por la tenue frialdad del metal. Pero pronto se enroscaron, buscando calor. Formaron una espiral.
Un día, alguien abrió la puerta y dejó allí otra guitarra. Esta era blanca, inmaculada, y aunque algo gastada, no tenía polvo como la otra. Los dos instrumentos pasaron muchos días en silencio, mirándose, sin más canción que el tic tac del paso del tiempo. Hasta que un día, sin aparente explicación, los cables de las guitarras se tocaron. Al principio temblaron, se asustaron por la tenue frialdad del metal. Pero pronto se enroscaron, buscando calor. Formaron una espiral.
No
sabían qué chispas las movían. Tal vez la defectuosa instalación eléctrica de
la buhardilla o las dentelladas de los ratones que roían sus cables, pero lo
cierto es que la guitarra blanca se conectó también al amplificador. Las dos
emitían trémulos acordes, vibraciones eléctricas que iban de un instrumento a
otro recorriendo la longitud de sus mástiles, que volvían a salir por sus
cables y finalmente se fundían en una melodía común, que salía en forma de
pasional estridencia, de grito de amor desesperado por la boca del
amplificador.
Poco tiempo después, a alguien le pareció que aquel desván debía de estar embrujado debido a los extraños sonidos que salían de él. No tardaron en vaciarlo y llevar todas las cosas que contenía, incluidos los instrumentos.
Poco tiempo después, a alguien le pareció que aquel desván debía de estar embrujado debido a los extraños sonidos que salían de él. No tardaron en vaciarlo y llevar todas las cosas que contenía, incluidos los instrumentos.
No
sé que destino llevaron aquellas guitarras encerradas en los camiones de
mudanza. Han pasado varios años, pero cuando paso por allí en los días
calurosos, desde la calle me parece oír que desde aquella alta habitación salen
todavía bonitos acordes.
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