martes, 29 de julio de 2008

Novela francesa del siglo XIX

Desdicha tras desdicha dentro de un amor apasionado, y entre una y otra pequeños momentos de felicidad, donde cuando parece que las cosas van a ir mejor todo se tuerce para empeorar hasta la desesperación. Así son las obras de algunos autores franceses decimonónicos como Balzac, Flaubert, Stendhal y otros algo anteriores como Prevost. En todas ellas se nos relata el mundo de la suntuosidad parisiense de la época, historias de orgías de palacio, ópera, juego, vida de lujos al límite de las posibilidades, quiebras.
Es la pasión la que mueve estas novelas, pasión de hombres enloquecidos arrastrados por las cadenas de voluptuosas prostitutas, que no buscan de ellos más que la fortuna que sustente sus caprichos; o la de pálidas jóvenes de la alta sociedad que desoyen las ordenanzas de matrimonio concertado de sus padres, pues buscan el amor de altos jóvenes de negros cabellos rizados.
Parques veraniegos de París, donde la ostentación de vestidos, carruajes y lacayos sirve para ensombrecer la pobreza de moral; casamientos que buscan la renta anual suficiente para vivir cómodamente y sin trabajar; amantes que se fugan en la noche en busca de su felicidad… Me encanta.

martes, 15 de julio de 2008

Sesión de miedo campestre

Cuando estás en la noche en mitad del bosque, entre pinos y una vieja cabaña para ver unas pelis de miedo, lo menos que puede suceder es esto...


lunes, 7 de julio de 2008

La monitora

  Era un maldito campamento, de esos al que nos envían los padres en verano, quizás con afán de que vivamos nuevas experiencias, nos formemos y relacionemos en el medio natural o tal vez sólo para desembarazarse de nosotros por una buena temporada.
El griterío de los demás niños se confundía con el sonido de los motores de los coches de los padres, que lejos de estar apenados por la despedida marchaban ronroneando a sus casas en busca de tranquilidad. Los monitores iban dando instrucciones, había muchas actividades, demasiadas, excesivas actividades; tantas que me mareaban, y eso que acababa de llegar.

  Me gustaba observar. Los días pasaban despacio, y comprobaba cómo se formaban los grupos de amigos, los romances, los equipos de fútbol y baloncesto, cómo todo el mundo se lo pasaba bien; aunque siempre había algún pobre niño sólo como yo, pero más desgraciado, dando paseos de arriba abajo, llorando o hablando solo, ansiando el momento de volver a su hogar, a los que en ocasiones yo me acercaba para intentar consolar, sin resultado alguno.
“Los solitarios” éramos como un clan esparcido, niños silenciosos, temerosos de la noche y de las historias de miedo al pie de la hoguera, que gustábamos de quedar en la tienda cuando caía el sol y no entrábamos en los planes de los demás.

  A todos nos gustaba una monitora, joven, de cabello claro, seria, de mucho carácter, de la cual yo desconocía su nombre, y que la mayoría del tiempo estaba sola, pues no se llevaba bien con el resto de los monitores. Yo me fijaba mucho en ella. Cuando cesaba sus actividades con nosotros, enseguida encendía un cigarrillo y se iba, unas veces a dar un paseo al pueblo y otras a refugiarse en su tienda.
Las tiendas de los monitores eran enormes, más del doble que las nuestras, cosa que nunca entendí, pues ellos dormían solos y nosotros hacinados, aguantando la música a todo volumen de los auriculares de uno, el olor de los pies de otro o la ropa mezclada y confundida en todo el suelo.

  Una tarde, -como no- hicimos una nueva actividad. Esta vez se trataba de un juego de acertar preguntas, una especie de Trivial, organizado por la monitora. Los demás niños no pusieron mucho entusiasmo, y enseguida perdieron el interés, pero a mí me gustó el juego. La monitora me iba haciendo preguntas de cultura general, y yo las acertaba todas, una tras otra. A medida que iba acertando crecía su interés hacia mí, veía que yo no era como los demás, hasta el punto de que más tarde, en una salida al campo, entabló conversación conmigo. No recuerdo de lo que hablamos, sólo se que me decía que era muy maduro, que no era como el resto de los niños. Me era muy grata su compañía, y venciendo mi timidez, le entregué una pulsera que yo mismo había confeccionado con ramitas y flores. La acogió con una sonrisa, y me propuso que yo se la pusiera. Cuando lo hice, noté la suavidad de la piel blanca de su muñeca.

  Siempre he adolecido de las picaduras de los mosquitos, pero esa misma noche tuve motivos para no maldecirlos y más bien darles gracias. Pasado bastante rato de la hora del silencio, un picor insoportable me despertó invadiendo mi pierna. Tuve que levantarme y salir de la tienda, y a la leve luz de la luna comprobé cómo tenía la pierna llena de picaduras; necesitaba una pomada que me aliviase, y caminé hacia una tienda de monitor.
Ella estaba fuera de la tienda, fumando; me miró la pierna, apagó su cigarro, me cogió la mano y me introdujo en su tienda….

  Al siguiente día había planificada una pequeña excursión. Antes de salir, yo buscaba con la mirada a la monitora, pero no la encontraba; al parecer había bastante revuelo ese día entre los cuidadores. Al fin, antes de partir, apareció caminando deprisa hacia nosotros. Los demás monitores ni siquiera la miraban (su relación con ellos ya estaba muy deteriorada), y ella, con lágrimas en los ojos, se iba despidiendo de algunos niños. Al parecer, le había surgido algún imprevisto o simplemente no aguantaba más en aquel lugar y se tenía que marchar.
Cuando llegó hasta mí, no me dijo nada, me estrechó la mano con fuerza y pareció esbozar una leve sonrisa. En su muñeca llevaba mi pulsera.

domingo, 6 de julio de 2008

Dibujos digitales








Cuando el pincel se substituye por el ratón, surgen los dibujos digitales. Aquí una muestra: la primera se titula "El Peñón de Santa Eulalia", la segunda es "Pesadillas de caramelo", ambas realizadas en diciembre de 2006, en óleo sobre lienzo... perdón, en
dígitos binarios sobre LCD   :)