jueves, 22 de abril de 2010

Los saltamontes

-¡Más alto Fred, más alto! – decía Albert mientras pegaba grandes brincos, haciendo saltar las gotitas de agua de las hojas y exponiendo su dorado lomo al sol, que brillaba magníficamente.
Pero Fred, aunque se esforzaba por ocultarlo, no podía saltar más, ya que tras el ataque de las hormigas la pasada semana, todavía arrastraba ligeras secuelas en su pata derecha.
-Esas condenadas hormigas me han mordido con saña, no sé porqué te hice caso y pasé tan cerca de aquel hormiguero…
-Vamos Fred, no seas quejita y da las gracias a aquel humano que te liberó de las cabezonas para hacer experimentos con ellas entre sus dedos.
-Sí, ¡tal vez fuera el mismo humano que el año pasado me tuvo entre sus garfios y por poco me asfixia!

De pronto, las hojas y espinas se acabaron. El rosal llegaba a su fin y entre éste y las espigas se abría la charca.

-¡Espera! – gritó Albert – Creo que no podrás saltar la charca.
-Vamos, es una distancia nivel 2, mi hermano pequeño aprendió a saltarla hace tiempo – respondió Fred no muy convencido.
-Fred, ahora no estamos para bromas, con la pata así no podrás llegar a las espigas y te ahogarás en la charca; seguro que la semana que viene estarás recuperado y nos divertiremos saltándola.

En el fondo, Fred sabía que no podía hacerlo, y que quizás nunca podría volver a saltar sobre la charca.

Ya comenzaba a retroceder, cuando de pronto se chocó de bruces con Catalina, una guapa habitante de una comarca cercana a la que habían visto en pocas ocasiones, que atusándose las antenas estaba escuchándolo todo.

-¿Qué ocurre aquí, saltarines? - Dijo la presumida saltamontes limpiando sus largas patas.
-Oh, nada Catalina, es Fred, que no puede saltar esta distancia porque está herido.
-¿No puede saltar un nivel 2? – No me lo creo, yo creo que sí puede, parece un saltamontes fuerte…
-¡No le hagas caso! – Fred estaba colorado, y no quería quedar como un inútil ante la congénere más guapa de la zona – sólo necesitaba tomar un poco el aliento, ¡verás que gran salto!

Sin pensarlo más, el saltamontes cogió impulso y brincó hacia las altas espigas, mas su pata lastimada no respondió y se precipitó hacia la charca. Su desencajado rostro todavía no había besado el agua, cuando una larga lengua lo atrapó y lo llevó a la boca de la rana Melquíades, la más vieja del lugar, quien lo masticó y engulló con satisfacción.


Moraleja: más vale escuchar el consejo del amigo que nos deja sin regodeo, que el del desconocido que nos promete el apogeo.