jueves, 13 de noviembre de 2014

Poesía

Tan solo llevaría en este mundo alrededor de una década y un lustro, y no se me ocurrió mejor cosa que dar a leer una poesía que acababa de escribir a un tipo, de los que decían por ahí que entendían de literatura y eran buenos poetas y, lo que es peor, de los que se lo tenían muy creído.

-No has escrito mucha poesía, ¿verdad? –fue su rancia respuesta cuando acabó de repasar mi papel.
-La verdad es que no… -acerté a decir. La verdad es que si hubiese cortado mi ilusión con un afilado puñal, no le habría salido mejor.
-Pues se nota, se nota –volvió a replicarme socarronamente el muy hideputa.
Aunque no puedo negar que me dolió, pasé de él y no cesé en mis andanzas literaturienses.

La venganza vendría no mucho tiempo después, casi de casualidad. Tenía yo otra poesía encima de mi escritorio, la acababa de terminar y estaba orgulloso de ella. El tiparraco, que estaba en mi casa por otros asuntos, vio mi manuscrito y lo tomó, sin duda acuciado por la curiosidad de unos trazos garabateados en una maltrecha cuartilla. Cuando acabó de escudriñarlo, se quedó pensativo.

-¿Te gusta? Supongo que la conocerás, es de Juan Ramón Jiménez –acerté a mentir,  pícara y distraídamente.

No sé qué se le pasaría por la cabeza al fulano, pero el color se le fue y parecía que había visto a un fantasma.

-No hombre, esa también es mía –tuve que cortar la mentira para devolverle a la realidad, pero sin relajar mi tono altivo –sólo bromeaba, es normal que no te sonase y que te parezca mala.

-Humm –fue todo el gruñido que me dio por respuesta el cabrón, al tiempo que el color le volvía y dejaba con su acostumbrada y petulante indiferencia el papel en la mesa.

sábado, 18 de octubre de 2014

Mi novia negrita

¡Ay que breves y deliciosos tiempos aquellos! Que noche, señoras de raso y señoras de guatiné; que algarabía, señoras de gargantilla y señoras de guantes y mascarilla. ¡Yo un memo bisoño de quince años y con mi novia negrita de diecinueve! Hoy la he visto después de tanto tiempo en mi tierra natal y ¡por todos los dioses! conserva el mismo tipazo, la misma cara risueña y el mismo pelo largo de occidentalizadas rastas brillantes. Que los estirados que miran con recelo al tostado que vende bolsos en el mercado me dispensen, que los hijos de la protervia que creen que en estos ebolientos momentos la gasolina con cerillas es la mejor lluvia que podría caer sobre África me perdonen, pero al reparar con sorpresa en ella yo no pude sino recordar el dulce pasado y embobarme cuando ella me mostró su retahíla de soldados de infantería perfectamente alineados, labrados en marfil pulido, cuan espejos detrás de carnosos labios de ébano en aquella cueva del deseo que llamáis boca.

Joderos malditos, pero mis ojos desobedecieron a mi razón y disfrutaron una vez más del culazo de aquella diosa, mi novia negrita.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Más selva

Me ha marcado bastante leer acerca del trabajo de algunas personas con los nativos indígenas en la amazonía. Siempre pensé que la llegada arrasadora del hombre blanco, sus máquinas petroleras y madereras era lo peor que les podía pasar a los nativos. Pero el intento de implantación de la religión católica y de la educación no se ha quedado atrás en la infame historia de la destrucción de otros pueblos.
Ya será demasiado tarde, pero ojalá los cruzados de la fe, los educadores al modo occidental y los especuladores se hubiesen quedado en sus casas y nunca hubiesen llegado y destruido otras culturas.
Me quedo con las palabras del padre Juan Marcos, que llegó en los años 70 a la amazonía peruana para evangelizar, y fue evangelizado...

"A veces pienso que he arado en el mar, que la educación, tal como la entendemos en occidente, ha sido lo peor que les pudo pasar a los indígenas... Todo se volvió una lucha contra la corriente: la educación a la manera occidental insiste en instalarse en estas tierras y unificar el pensamiento, el idioma, la palabra. Pretende acabar y borrar sus raíces, su conocimiento, su manera de vivir y volvernos a todos la misma cosa, sin respetar diferencia alguna. A veces creo que la letra, que la educación a la manera occidental y de conquista, se ha hecho para humillar a aquellas culturas que no la tenían."

       Milagros Aguirre, La Utopía de los Pumas. 

viernes, 1 de agosto de 2014

Derechos para la Selva

" Alguna vez las monjitas le dijeron que para qué les hablaba de esas cosas de derechos, justicia o dinero, si los indios no entendían de esos tan abstractos temas. Y él les contestó con la misma pregunta:
-¿y ustedes, para qué les hablan de Dios si ellos tampoco entienden de esos temas? "




La Utopía de los Pumas. Milagros Aguirre, 2007.

martes, 24 de junio de 2014

El espantapájaros de East River

Un viejo granuja como el gran John puede esperar sentado en su mecedora del East River durante horas, sin inmutarse, sin más compañía que su escopeta, su pantalón sujeto con deshilachados tirantes y su camisa a cuadros, a la sombra de su sombrero de paja y con una buena brizna de hierba en la boca.
Pobre de algún despistado tordo o cuervo que se adentre en los dominios del viejo John que, aunque medio sordo por los tiros que descerrajó matando a cientos de sus alados compañeros, todavía conserva buena vista para proteger las cosechas de maíz que su sobrino Vincent planta con mimo cada año.
Hoy la tarde es apática, hace unas horas la tormenta amenazaba con solemnes rugidos, pero el agua no se descargó y la paz de la atmósfera sólo se veía turbada una vez más por el chirrido de la vieja mecedora en las gastadas tablillas del porche.
De pronto, el leñoso crujido cesó. Inmediatamente, un ávido cuervo escondido en el maizal giró su cabeza hacia la casa, incrédulo por el cese del sonido avisador de la muerte y por la estampa de la figura del gran John estática.
El ave voló hasta el hombre, que había dejado de respirar pero conservaba abiertos sus ojillos y agarraba con la fuerza de su mano nudosa de noventa años la escopeta, siempre cargada y apuntando al cielo en cuarenta y cinco grados. No se lo pensó mucho el cuervo, y comenzó a picar con saña los ojos del durante tantos años vigilante y verdugo de aquellos campos. Se sumaron más pájaros, en tanto número que ensombrecieron por instantes el cielo, abalanzándose en tropel sobre el cuerpo del viejo, agitándose debajo de sus gastadas ropas, metiendo sus picos una y otra vez en los tejidos blandos, sacando tripas y dejando sin hurgar sólo el curtido pellejo y los huesos.
Cuando no hubo más que devorar, las aves de rapiña levantaron los livianos restos por encima de la mecedora, que se balanceó por última vez, vacía. El seco cadáver fue llevado por los cuervos hasta una rama de un solitario árbol, en mitad de la plantación. Allí lo sujetaron, colgado, con la escopeta todavía asida por su huesuda mano, los restos de su gastado cuerpo tapados por la camisa de cuadros, el pantalón apenas sujeto por los roídos tirantes y el sombrero de paja coronando su todavía ensangrentada calavera.


Así acabó el viejo John, ejerciendo como espantapájaros durante una eternidad, soportando las risas de algún tordo que se acercaba para hurtar unos granos de maíz, sin poder apretar el gatillo y soltar el furioso plomo, sin poder volver a removerse de placer en la mecedora ni escupir en su lata oxidada. Tan solo su cuerpo podía agitarse un poco cuando el aire preludio de la tormenta era benévolo con él.   

martes, 10 de junio de 2014

El asesino de abuelos

Con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo, el hombre exhala un cálido aliento, condensado al rozar el  frío aire invernal que invade la ya oscura ciudad madrileña. Pronto se encuentra en las afueras de la urbe, donde en las calles se arremolinan por todas partes montones de papeles y desperdicios de un antiguo barrio obrero, convertido hoy en ruinas fantasmas que con sus irregulares siluetas destacan en la negra noche. Tras uno de estos muros, se detiene y consulta la hora en un antiguo reloj de bolsillo. Pero al abrirlo, no puede dejar de mirar bajo la escasa luz de una solitaria y parpadeante farola la fotografía que ya había observado al natural hace escasos momentos. Ahora el abuelo aparece como un pálido cadáver con las cuencas de los ojos y la nariz muy negras, casi irreconocibles, como queriendo indicar la inexistencia de este ser que murió en las más trágicas circunstancias que cualquier hombre pueda soportar.

En este momento el homicida está ahí, de pie, como si nada hubiera ocurrido y con el pensamiento en blanco. Después de lo que nuevamente ha sucedido, se merece estar bajo tierra para los más severos, en una oscura celda de por vida para los moderados o por lo menos con la conciencia hecha un manojo de angustias para los más suaves. Sin embargo, ha salido otra vez indemne y parece una estatua muda a la que nunca le ha ocurrido nada más interesante que el paso del tiempo.
Cansado, se sienta. Esta vez recuerda, hace memoria de su última experiencia asesina.


Cierra el reloj y llora por todos esos nietos, más solos hoy que ayer.












Texto escrito hace varios años.

viernes, 28 de marzo de 2014

Vicio y derroche en la administración

Siendo yo gerente principal de la AGME (Aglutinación General de Medicamentos Estatales), llegó un día a mis manos una petición de una subordinada. Viajaba en mi lujoso coche oficial, acompañado de alguna señorita rubia creo, con gastos cargados al Ayuntamiento, claro; y no podía creer lo que estaba leyendo. Sin duda la gente de registro no debió de entregarme la carta, pues el vino y comida que tuve con los alcaldes de la comarca para cerrar un jugoso tema de comisiones no me sentó bien. 

Leed, conoced de la osadía, del vicio y derroche de los funcionarios públicos (Por supuesto, la funcionaria autora de semejante petición fue enviada a Oficina de Tramitaciones por Enfermedades de Parásitos, sita en Las Bajas Chafarinas):

"Doña Eulalia Funcil Ministra, antes repartidora y ahora lactante y por este motivo destinada en labores de oficina (toda vez que de todo el mundo es conocido que saliendo a la calle la leche se torna agria y el niño la escupe) en la gloriosa oficina central de tramitación de medicamentos estatales de Madrid, el cual todo sea dicho es gobernado por uno de los mejores jefes de área de cuantos alumbró la insigne nación española, humildemente solicita:

Que sea concedida una nueva barra de pegamento para la citada oficina, de tal suerte que la anterior tristemente se ha agotado.
Se hace constar que, si bien los funcionarios han tratado de aprovechar al máximo el valioso adhesivo por medio de introducción de alfileres para extraer el mismo, amén de otras ingeniosas artes más propias de hábiles artesanos que administradores de medicamentos sufragados por el estado, ha llegado el punto en el que se torna imposible extraer más preciado elemento.
Ruego a su superioridad considerar que, si bien la funcionaria que suscribe es consciente de los tiempos de carestía que sobrevuelan la ilustre nación cuan hambrientos buitres, la necesidad de una barra de pegamento para el centro de trabajo se torna acuciante, toda vez que las lenguas de estos viejos ratones de oficina más se asemejan a estropajos deshilachados que a carnosos órganos gustativos, de tanto lamer sobres. Y que no malinterprete ilustrísima, que bueno es el sabor de la correspondencia enviada a su jefatura, mas no tanto el de la carta que encierra principios activos de marihuana para ser utilizada en medicamentos de uso terapéutico.

Por todo ello, suplico a Vuesa Merced atienda la presente petición y no la vea como puro vicio, pues es de beneficio común para la ilustre oficina central, y sobre todo para el buen ciudadano, ante el cual, no debemos olvidar, debimos de rendir cuentas y servir lo mejor que podamos.

Aprovecho para saludar al ilustrísimo gerente mayor y adelantarle que en los próximos días tenga a bien atender otra petición, esta vez de un bolígrafo de color azul, habiéndose agotado el que fue pedido hace cinco años por muerte natural según apuntan servicios sanitarios (aunque algún camarada de lengua afilada apunte a que ha sido por exceso libidinoso de firmas).



Suplicando que la presente cause los efectos oportunos,



Doña Eulalia Funcil Ministra"

jueves, 20 de febrero de 2014

Merecedores de mereces

¡Merecedores de mereces, galgilábalos ojiplatoniacos, reunios y cantad al son de las más afrutadas melodías tricornianas que el mundo jamás dio a conocer!
¡No temáis en vuestra carrera de arrullos, chocad vuestras estremeces landosas y gritad al gobernáculo!
¡Que los contubernios de tres ojos, los regímeros polinesios del norte o las hadas tuétanos sin alas no os asusten; nosotros somos el verdadero rito aldeíco y tenemos el viento que mece las hojas de alcuercáno digital!

¡Gritad, escupid por vuestras viejas trógolas de cinco bits espumas ácidas y proferid juntos el canto del regazo! Lo merecéis.

domingo, 2 de febrero de 2014

Sólo es música, chaval

No se si era el ronroneo del gato de mi colega en mi regazo, la madera de aquellas fichas de Tenga desparramadas en el suelo o mi culo sobre una alfombra en la dura y brillante tarima del cuarto, pero algo allí se absorvía suavemente en forma de música y  te daba paz.
Mi colega me descubría los Eagles, la Steve Miller Band, los Byrds y Pete Seeger; aquellas melodías salían del viejo equipo Casio y llenaban nuestros sedientos oídos.

Más tarde, cuando entró en el cuarto el nuevo equipo Philips, ninguno de los dos lo podíamos creer, ¡joder, aquel pequeño equipo sonaba de miedo! Yo lo achacaba a sus coquetos altavoces de madera, e intentaba dar un punto más de volumen mientras sonaba Tom Petty o los Doors, pero cuando mi colega se daba cuenta sus tímidos y finos dedillos ajustaban los decibelios a niveles más razonables para una madre (y a veces nonagenaria abuela) que hacía su vida al otro lado de la puerta.
¿Qué harán dos adolescentes encerrados en un cuarto en una tarde lluviosa?
No necesitábamos porros ni revistas porno, no teníamos Facebook para comunicarnos en silencio, sólo teníamos buena música chaval, un juego de mesa y nuestra compañía.

Las interminables tardes de partidas de Risk en el piso de arriba ya eran harina de otro costal. El viejo y flamante Thomson de su padre, un colega más y un tablero del mundo con cientos de fichas desparramadas por el indomable gato podían asegurarte una tarde de desconexión del mundo. ¿Exámenes del instituto? ¿Un feo grano que te ha salido en el puro centro de la frente? ¿Preocupaciones por el inminente mundo universitario? No hay problema, todos los males se iban por la ventana y volaban al jardín, en medio de una acalorada discusión de tres cabezas de chorlito. Una estantería llena de miles de discos de vinilo y la hipnótica oscilación del vúmetro del vetusto y precioso equipo mientras los Boston llenaban mis neuronas era suficiente para excitar mis sentidos y hacerme sentir el tío más feliz del mundo. Ah, la amistad.

¿Hay mejor cosa que golpearte con la lengua de calor del hogar después de caminar durante horas con un buen colega en una fría tarde de invierno? Joder, muchos días traíamos las manos heladas de sujetar el puñetero paquete de pipas. Una mirada nos bastaba para sincronizarnos: él traía un cuenco y cerraba la puerta del cuarto tras de sí, yo ya tenía en la bandeja del equipo algún raro CD nuevo, hurtado veloz de la estantería. Sólo faltaba pelearnos por ajustar el volumen y disfrutar.


Estoy seguro de que esos tiempos volverán, porque aunque los colegas estemos desperdigados, no importa lo que tardemos en juntarnos ni la edad que tengamos, nuestros espíritus siempre serán los mismos. En mi caso, soy paciente y estoy en modo de hibernación, pero cuando mis colegas vengan a buscarme, despertarán al muchacho latente.  Tenemos pendiente pasar unas cuantas noches en aquella casa y en otras nuevas que levantemos, para hacer temblar sus cimientos y los nuestros, subir los decibelios del Thomson hasta que refunfuñe su vieja garganta y mientras bailamos como cojos y engullimos cervezas, colocarnos con buena música y reír hasta creer morir. 

jueves, 23 de enero de 2014

Poco tiempo para la era digital

Sí, creo que me gusta más el bricolaje, tocar la madera y las herramientas que sobar el teclado.
Sí, me gusta más manosear un buen libro que quemarme las pestañas con la pantalla del ordenador.

Nunca me gustó publicar mis hazañas de cada minuto en las redes digitales, y cada vez me agradan menos las mismas. Pese a todo, siempre habrá un momento para el bribón, el cual sólo es un tablón (y nunca me importó que fuese de madera, papel o digital).
Esta vez os dejo un dibujo en píxeles, un esperpento hecho en cinco minutos que aúna caciquismo, era cibernética y contracción; aspectos tan en boga como la vida misma. Que lo disfrutéis y siento no tener más tiempo para el blog (pero sí más tiempo para la vida "real").