sábado, 24 de octubre de 2015

El trabajo más raro del mundo

Mira que hay trabajos raros, pero el de ser la señorita que maneja un poste de unos dos metros, acabado en un cartelito que reza “FILA DE CAJA” no se las trae poco.
Aunque pensándolo fríamente no es para menos el indicar dónde comienza la cola de caja, pues la tienda se pone hasta arriba y es necesario orientar a los señores clientes.



Me refiero al recién inaugurado Primark de Gran Vía de Madrid, que es tienda más grande de España. Estando el otro día con mi señora dando un bonito paseo otoñal por los alrededores, ésta me conminó a visitar el afamado comercio de ropa, el cual sólo llevaba una semana abierto. Y suerte que la cola para entrar avanzaba rápido, porque era asombroso ver cómo cientos de personas rodeaban varios edificios en el centro de la capital aguardando su turno para consumir, mientras otros hacían vídeos y fotos de tamaño espectáculo.
No regalaban nada, no había 2x1 ni chicas en lencería ofertando la misma. Simplemente vendían ropa, de esa de mediocre calidad, de usar y tirar, tan fácil de encontrar y de tirar a la basura, para así la temporada siguiente comprar más.
Sí, amigo que me lees; si eres de los que usan las mismas chanclas raídas hasta que algún hongo puñetero se las acaba de comer, este artículo te estará haciendo bufar.

Una vez dentro, nada en especial, salvando la majestuosidad del céntrico edificio de nueve plantas, que también alberga otras tiendas, y ¡oh, sorpresa! es propiedad del magnate Amancio Ortega. Nos encontraremos un local con bajo y otras cuatro plantas, en redondo y abierto. Pantallas, luces, y ropa a buen precio, fabricada en Dios sabe qué países y en la Virgen sabe qué condiciones laborales.
 Pero ojo, no nos engañemos, tampoco es tan distinta de aquella a la que algunos llaman “materia patria”, que no hace más que amasar grandes fortunas y explotar a pequeñas manos.



“Aquí hay mucha gente colocada” decía alguna señorona, asombrada por la gran cantidad de dependientes afanosos. Quizás si alguno viese esos contratos laborales y lo que no es contrato, las colas se hubiesen disuelto y la chica que portaba el cartel indicando la fila para pagar (vaya trabajo inaudito, coime) iría derechita a engrosar la lista de parados, para pesar de Rajoy (aunque no nos engañemos, unos pocos más tampoco le harían mucho daño, que a pesar de las promesas para eso nos ha dejado el paro prácticamente igual que lo dejó su antecesor, y bien orgulloso que está); o con suerte iría de cabeza a otro raro trabajo temporal, de esos que dicen minijobs de la señora Merkel. 

En fin, dejemos a éstos en paz, que  no compran en Primark, o por lo menos yo no los vi.


1 comentario:

Álvaro Gundín dijo...

Tranquilo. Como experimento antropológico yo también me pierdo de vez en cuando por los centros comerciales (y sitios peores) y también me encuentro con empleos deplorables como el de "entrega y recepción de tíckets de parking subterráneo y alzamiento de barrera", o lo que es lo mismo: respire monóxido de carbono 8 horas al día a cambio de una miseria.

¿Cambiar esa realidad? No merece la pena intentar cambiar un sistema que se cae solo. Simplemente hay que no participar de ella, e invitar a la gente a caminar por otros barrios.